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HISTORIA DE LA DIOCESIS DE 9 DE JULIO

Capitulo I: Orígenes previos

Capitulo I: Orígenes previos

LA ARQUIDIOCESIS DE BUENOS AIRES
Desde el siglo XVII el territorio de la provincia de Buenos Aires –con escasas poblaciones fundadas- habían quedado comprendidas en la jurisdicción eclesiástica de la diócesis de Buenos Aires. En efecto, ésta había sido erigida en mayo de 1620 por el papa Paulo V.
Entre 1855 y 1868, el decenio en que fueron creadas, o comenzaron a funcionar, las tres parroquias más antiguas que más tarde conformaron la diócesis de 9 de Julio, y hasta marzo de 1897 (en que fue creada la diócesis de La Plata) la provincia continuó perteneciendo íntegramente a la Iglesia particular de la Santísima Trinidad de Buenos Aires.
A comienzos de la década de 1850, y desde años anteriores, la Iglesia bonaerense venía manteniendo algunas diferencias con el gobierno de Rosas atinentes, sobre todo, al ejercicio del Derecho de Patronato. En abril de 1851 había fallecido el obispo de Buenos Aires, monseñor Mariano Medrano y Cabrera, quien en el último tramo de su existencia había padecido múltiples achaques, y sufría sordera y ceguera.
Para entonces, Medrano, ya poseía un auxiliar, monseñor Mariano José de Escalada Bustillo y Cevallos, obispo titular (“in partibus”) de Aulón; pero, sin embargo, hasta 1854, la diócesis fue gobernada –en sede vacante- por el canónigo Manuel Gargía. Cuando en 1846, Rosas había solicitado un coadjutor para Medradra, propuso el nombre de éste último, pero la Santa Apostólica había respondido que ese cargo se hallaba provisto por escalada, quien había sido preconizado obispo por Gregorio XVI y consagrado el 21 de junio de 1834. Esta respuesta había motivado, ante la duda del gobierno, una investigación en la que había intervenido, entre otros, el doctor Dalmacio Vélez Sarsfield.
El 2 de marzo de 1854 el gobierno argentino presentó ante la Santa Sede a monseñor Escalada para la cátedra de Buenos Aires. Desde Roma fueron enviadas las letras pontificias y recibidas por el gobierno el 19 de septiembre del mismo año. Como en el contenido de esos documentos no era mencionada la presentación de marzo, ni se había referencia al Patronato, esto desató un conflicto que dilató el pase que, de las bulas, debía efectuar el Poder Ejecutivo; y, en consecuencia, la provisión del obispado.
A pesar de que, en diciembre, Escalada se había dirigido al gobernador Pastor Dorrego, solicitándole el “exequatur”, recién el 6 de noviembre del año siguiente se pronunció al respecto el doctor Valentín Alsina, permitiendo la institución de monseñor Escalada como diocesano de Buenos Aires. El flamante obispo tomó posesión de la sede el 18 de noviembre de 1855.
El 5 de marzo de 1895, el Papa Pío IX elevó a arquidiócesis a la entonces diócesis de Buenos Aires. Esta promoción había sido autorizada por la legislatura nacional por ley nº 116, del 1º de octubre de 1864; y las letras pontificias recibieron el exequatur por decreto del Poder Ejecutivo del 5 de marzo de 1865. Para ese momento, en el territorio que actualmente comprende la diócesis de 9 de Julio, solamente existían dos parroquias; una en el partido de 25 de Mayo y otra en Bragado; y, ambas, así como la totalidad del territorio de la provincia de Buenos Aires se hallaban bajo la competencia jurisdiccional del recientemente promovido arzobispado.
Monseñor Mariano de Escalada falleció en Roma, en julio de 1870, luego de haber participado de las sesiones del Concilio Vaticano I. La noticia del deceso del arzobispo llegó a Buenos Aires recién el 9 de septiembre; y, luego de sesionar, el Cabildo eclesiástico eligió vicario capitular a monseñor León Federico Aneiros.
Pío IX, sin dudas por requerimiento de monseñor Escalada, había preconizado al presbítero Aneiros como obispo titular de Aulón, el 21 de marzo de 1870. La consagración episcopal de este último tuvo lugar en Buenos Aires, en la Santa Casa de Ejercicios, el 23 de octubre del mismo año, recibiendo el Orden sagrado de manos de fray José Wenceslao Achával, obispo de Cuyo, quien se encontraba accidentalmente en la metrópolis luego de arribar de Europa.
Doctorado en Derecho Canónico y en Jurisprudencia, antiguo catedrático de la Universidad de Buenos Aires y frecuente escritor de prensa, Aneiros gobernó la arquidiócesis como vicario capitular hasta julio de 1873, en que la Santa Sede lo designó arzobispo.
Durante su gobierno pastoral, monseñor Aneiros propició la realización de diversas misiones a las poblaciones que hoy forman parte de la diócesis de 9 de Julio, también a las tribus aborígenes por quienes tuvo especial celo, y de las cuales nos ocuparemos más adelante.
El 3 de septiembre de 1894 se produjo el fallecimiento de Aneiros. En consecuencia, el 24 de noviembre de 1895, el Papa León XIII promovió a la sede arzobispal bonaerense a monseñor Uladislao Castellano, hasta entonces obispo auxiliar de Córdoba.
Entre las parroquias que más tarde (desde 1957) pertenecieran a la diócesis de 9 de Julio, hasta 1897 fueron erigidas canónicamente las siguientes: “Nuestra Señora del Rosario”, en 25 de Mayo (comenzó a funcionar el 29 de agosto de 1855); “Santa Rosa de la Frontera”, en Bragado (erigida el 3 de junio de 1860); “Santo Domingo”, en 9 de Julio (3 de enero de 1871); “San Anselmo”, en Pehuajó (vicaría foránea, 11 de marzo de 1889) e “Inmaculada Concepción”, de Lincoln (vicaría foránea, 21 de junio de 1896). Ellas funcionaban como iglesias o vicarías tiempo antes de su erección canónica, como es el caso de “Nuestra Señora de los Dolores”, en Trenque Lauquen, que comenzó a funcionar en junio de 1894.

LA DIÓCESIS DE LA PLATA
El 15 de febrero de 1897, el Papa León XIII emitió en Roma la bula “In Petri Cátedra”, creando tres nuevas diócesis en la Argentina, una de las cuales era la de La Plata, con sede en la capital de la provincia de Buenos Aires. El proyecto de creación de estas, de acuerdo con lo que preveía el Derecho de Patronato, fue elaborado por el Poder Ejecutivo nacional y aprobado por ley nº 2246 del 25 de noviembre de 1887.
La consideración favorable de la Santa Sede, respecto del proyecto de erección de las nuevas diócesis, no fue inmediata; pues las relaciones diplomáticas con Argentina se encontraban interrumpidas desde el primer gobierno de Roca. Entre 1887 y 1889 el canónigo Milcíades Echagüe, y luego el doctor Vicente Quesada, en 1892, respectivamente, había realizado misiones especiales ante Sede Apostólica, trataron de gestionar la reanudación de los vínculos diplomáticos, pero fueron infructuosas.
Recién, años más tarde, el doctor Carlos Calvo, ministro plenipotenciario argentino en Berlín, consiguió no sólo la creación de las diócesis, sino también la designación de Castellano para la arquidiócesis de Buenos Aires.
A partir de entonces la totalidad de la provincia de Buenos Aires –donde existían ya 68 parroquias y 115 iglesias y oratorios- así como de la provincia de La Pampa, conformaron la jurisdicción territorial de la diócesis platense.
El primer obispo de La Plata fue monseñor Mariano Antonio Espinosa, hasta entonces obispo titular de Tiberiópolis y vicario general del arzobispado de Buenos Aires. Muchas de las poblaciones que más tarde conformarían la diócesis de 9 de Julio conocían al prelado.
Hombre de notables cualidades personales, Espinosa, había nacido el 2 de julio de 1844. Alumno del Colegio Pío Latino Americano de Roma, recibió el Presbiterado el 11 de abril de 1868. Preconizado obispo el 15 de junio de 1893, recibió el Orden Sagrado 22 de octubre del mismo año, por ministerio de monseñor León Federico Aneiros.
Espinosa gobernó la diócesis hasta noviembre de 1900 en que León XIII lo promovió arzobispo de Buenos Aires.
El segundo obispo de La Plata fue, del mismo modo que el primero, un auxiliar de Buenos Aires, monseñor Juan Nepomuceno Terrero y Escalada.
Nacido en Buenos Aires, el 13 de agosto de 1850, se había doctorado en Jurisprudencia en la Universidad de Buenos Aires. El 18 de diciembre de 1880 fue ordenado presbítero y, dos años más tarde alcanzó el doctorado en Derecho Canónico en Roma.
Antes de recibir la designación como vicario general del arzobispado de Buenos Aires, por parte de monseñor Uladislao Castellano –en 1897-, se había desempeñado como cura rector en San Telmo, canónigo del Cabildo Catedralicio de Buenos Aires, Provicario del arzobispado metropolitano y vicario capitular.
El 21 de abril de 1898, monseñor Terrero había fue preconizado obispo (con el título de la Diócesis “in partibus” de Delcus) por León XIII y consagrado por monseñor Uladislado Castellano, el 19 de junio.
Ante el traslado de monseñor Espinosa a Buenos Aires, el papa León XIII designó a Terrero obispo de La Plata, el 3 de diciembre de 1900; quien hubo tomado posesión de la sede el 3 de marzo de 1901.
Durante el gobierno de monseñor Terrero tuvieron lugar numerosas visitas pastorales y misiones en el territorio diocesano, particularmente en las comunidades que más tarde integrarán la Diócesis de 9 de Julio. En torno a las mismas, erigió canónicamente las parroquias de “Nuestra Señora del Rosario”, en Juan José Paso (8 de junio de 1908); “Santa Catalina de Sena”, en Norberto de la Riestra (22 de mayo de 1909); “Nuestra Señora de Luján”, en Ernestina (19 de abril de 1912); “Nuestra Señora del Carmen”, en Carlos Casares (21 de junio de 1913), entre varias más, de las cuales nos ocuparemos en las sucesivas notas.
Asimismo, el obispo Terrero permitió la instalación de varias comunidades religiosas en el territorio que, a partir de 1957, conformará la Diócesis de 9 de Julio: Hermanas de Nuestra Señora del Rosario de Buenos Aires, en Trenque Lauquen (1907) y luego en Carlos Casares (1920); Hermanas de San Antonio de Padua, en el Hospital de los Pobres, en 9 de Julio; Siervas de Jesús Sacramentado, en 9 de Julio (1910); e Hijos de Santa María Inmaculada, en General O’ Brien (1913), entre otros.
Monseñor Terrero falleció el 10 de enero de 1921. Para sucederlo, el papa Benedicto XV designó a monseñor Francisco Alberti, a la sazón obispo auxiliar de Buenos Aires.
Nacido en Buenos Aires, el 28 de marzo de 1865, Alberti, había sido ordenado presbítero el 20 de diciembre de 1895. El 21 de febrero de 1899, el papa León XIII lo preconizó obispo titular de Siunia; fue consagrado por los obispos Espinosa (consagrante principal), Terrero y Matías Linares Sanzetenea (1841-1914); y desde 1917 se desempeñaba como auxiliar de Buenos Aires.

LA DIOCESIS DE MERCEDES
El 27 de septiembre de 1933, por Ley nº 11715, la legislatura nacional, siguiendo las prescripciones del Derecho de Patronato (sobre este tema nos ocuparemos más adelante, al referirnos de la creación de la Diócesis de 9 de Julio), había autorizado la erección de la Diócesis de Mercedes. El Papa Pío XI la erigió canónicamente, junto con otros trece obispados y siete arzobispados, el 20 de abril de 1934, por medio de la bula “Nobilis Argentinae Nationis” (Véase el texto completo de este documento, en traducción castellana, en Julián Alameda, “Argentina católica”, 2ª ed., Buenos Aires, Edición de los Padres Benedictinos, 1935, págs. 243-248).
Aquellas Letras pontificias que, expedidas el 2 de junio del mismo año, llevaban las rúbricas de los cardenales Tomás Pío Boggiani op. (canciller de la Santa Romana Iglesia) y Rafael Carlos Rossi ocd (secretario de la Sagrada Congregación Consistorial), fueron remitidas por el secretario de Estado del Vaticano –cardenal Eugenio Pacelli- al ambajador argentino ante la Santa Sede, Carlos de Estrada, el 11 de junio. El Poder Ejecutivo le otorgó el respectivo exequátur por decreto nº 45.985, del 24 de julio de 1934.
La nueva Diócesis de Mercedes comprendía una parte de la provincia de Buenos Aires y el norte de la entonces Gobernación de La Pampa, alcanzando una superficie de 142.592 kilómetros cuadrados, con una población de 913.000 habitantes. Entre las treinta y nueve parroquias del territorio bonaerense que la componían se hallaban las que, a partir de 1957, conformarían la jurisdicción de la Diócesis de 9 de Julio (en el texto de la bula son mencionadas: French, Bragado, General Viamonte, 9 de Julio,Lincoln, Roberts, General Pinto, Ameghino, General Villegas, Bunge, Banderaló, Carlos Tejedor, Tres Algarrobos, Rivadavia, Trenque Lauquen, Berutti, Treinta de Agosto, Pehuajó, Mones Cazón, Paso, Carlos Casares, Pellegrini y Salliqueló (Cfr. Alameda, op. cit., pág. 245).
El primer obispo de Mercedes –designado el 13 de septiembre de 1934- fue monseñor Juan Pascual Chimento, hasta entonces obispo auxiliar de La Plata.
Nacido en Florencio Varela, el26de junio de 1887, había ingresado al Seminario Conciliar en 1900 y, más tarde, fue enviado por su obispo a cursar estudios en la Universidad Gregoriana en Roma. Allí, pudo doctorarse en Filosofía y Teología.
Ordenado sacerdote en la Basílica romana de San Juan de Letrán el 17 de abril de 1911, de regreso al país, Chimento, desempeñó su ministerio en Chivilcoy, Avellaneda, Temperley y Lomas de Zamora y, más tarde, se le confió el cargo de consultor diocesano. El 29 de septiembre de 1928, el Papa Pío XI lo preconizó obispo titular de Sela y auxiliar del obispado platense; recibiendo la consagración episcopal en la capilla del seminario de La Plata, el 29 de diciembre del mismo año, de manos de monseñor Francisco Alberti, actuando como co-consagrantes, los obispos Santiago L. Copello y Miguel de Andrea (Cfr. José L. Kaufmann, “Paternidad que perdura (Sacerdotes fallecidos en 100 años)”, La Plata, Arzobispado de La Plata, 1999, pág. 191s.).
Monseñor Chimento tomó posesión de la sede episcopal de Mercedes el 24 de febrero de 1935. Su permanencia en la diócesis fue relativamente breve ya que, hacia octubre de 1938, Pío XI lo promovió como arzobispo de La Plata.
De acuerdo con lo explicado por su sucesor, monseñor Anunciado Serafini, “el rápido paso de monseñor Chimento no pudo lógicamente sino iniciar” la organización de la diócesis.
“No había –recordaba Serafini al evocar la culminación del gobierno pastoral de monseñor Chimento, dos décadas más tarde- curia ni curiales. No había seminario ni cuerpo de profesores. Había una escasez tremenda de sacerdotes. No había sentido diocesano. No había dirigentes diocesanos. No había responsabilidad de poseer un deber de colaboración diocesana en las vocaciones, en las obras...”.
Para llenar la vacante que, la promoción de monseñor Juan Pascual Chimento como arzobispo de La Plata (16 de octubre de 1938), había producido en la sede episcopal de la Diócesis de Mercedes, el 20 de diciembre de 1938, el Senado de la Nación había elevado al Poder Ejecutivo una terna de candidatos. La nómina estaba compuesta por monseñor Anunciado Serafini, obispo titular de Arycanda; monseñor Pablo Lancello y monseñor Tomás Juan Carlos Solari, secretario-canciller de la curia eclesiástica de Buenos Aires y miembro de la familia pontificia con el título de Camarero Secreto Supernumerario. El 2 de enero de 1939, el Poder Ejecutivo, proponía a la Santa Sede el nombre del primero.
Monseñor Serafini había nacido en Tres Arroyos el 15 de noviembre de 1898. Contaba quince años de edad cuando ingresó al Seminario de Buenos Aires, donde completó su formación académica en Filosofía y Teología; al término de la cual fue ordenado Presbítero, el 20 de diciembre de 1924.
En la Diócesis de La Plata, su obispo le encomendó distintas funciones y cargos: profesor del seminario, desde febrero de 1925; director de la Congregación de María Inmaculada y San Juan María Vianney; director de la Academia Literaria de la Virgen de Luján; asesor del Consejo Diocesano de los Jóvenes de Acción Católica; y cura rector de la parroquia de San José, desde enero de 1933. Preconizado obispo –el 11 de mayo de 1935- por el Papa Pío XI, fue consagrado en la capilla del seminario platense el 25 de julio del mismo año, por ministerio de monseñor Zenobio Lorenzo Guilland (arzobispo de Paraná), actuando como co-consagrantes, monseñor Fortunado Devoto (obispo titular de Attaea y auxiliar de Buenos Aires) y monseñor Miguel de Andrea (obispo titular de Temnos y auxiliar de Buenos Aires).
Desde entonces se hallaba en La Plata, desempeñándose como auxiliar del arzobispo de esa Iglesia particular.
La Santa Sede aceptó la propuesta presentada por el gobierno argentino para la provisión de la sede vacante de Mercedes y, por bula del 22 de mayo de 1939, el Papa Pío XII trasladó a monseñor Serafini a esa diócesis. El 9 de junio del mismo año, el Poder Ejecutivo nacional confirió el exequatur a las letras pontificias pudiendo, el flamante obispo, tomar posesión de su cátedra once días más tarde.
La labor pastoral del obispo Anunciado Serafini en Mercedes fue por demás intensa. Durante los dieciocho años que transcurrieron desde el comienzo de su gobierno hasta la creación de la Diócesis de 9 de Julio –en 1957-, recorrió y visitó en muchas ocasiones las parroquias que luego formaron parte de ésta. Su figura, sin dudas carismática, se hizo cercana a los habitantes de las diferentes comunidades que visitaba frecuentemente.
Durante el gobierno de monseñor Anunciado Serafini, en Mercedes, fueron erigidas canónicamente cinco parroquias que luego formaron la jurisdicción de la diócesis de 9 de Julio: “Santa Rosa de Lima”, en Treinta de Agosto (23 de diciembre de 1941); “San José”, en Dudignac y “San José”, en Mones Cazón (1 de enero de 1946); “San Bernardo”, en Roberts (23 de diciembre de 1951) y “Nuestra Señora de Luján”, en Tres Lomas (1 de julio de 1954).
Asimismo, propició la instalación de algunas congregaciones religiosas o la fundación de nuevas casas en localidades que, a partir de 1957, quedaron comprendidas dentro del territorio diocesano de Santo Domingo de 9 de Julio: Del Instituto Hijas de María Inmaculada, en el Hogar de Ancianos de Pehuajó (1940) y en el Hogar Escuela “Arnoldo Mignaqui”, en Bragado (1948); del Instituto de Hermanas de la Caridad de las Santas Bartolomea Capitanio y Vicenta Gerosa (familia religiosa conocida vulgarmente como “de la Virgen Niña”), en el Hogar “Virgen Niña”, en Lincoln (1942); de la Sociedad Salesiana de Don Bosco, en la Escuela Agrotécnica de Del Valle; de la Orden de San Benito (fundación procedente de la Abadía de Einsiedeln, de la Congregación Benedictina Helvética), en el Monasterio de San María de Los Toldos (Estancia “La Ciudadela”) (1948); de la congregación de Hermanas de San Antonio de Padua, en el Hospital Municipal “Santiago Garré”, en Carlos Tejedor (1949); de la congregación de Hermanas Carmelitas Descalzas Misioneras, en el Hogar de Ancianos de Bragado (1949); de la congregación de Hijas de los Dolores de María Inmaculada, en el Seminario Menor de San Bernardo (1953) y en el Hogar “Nuestra Señora de los Dolores”, en Carlos Casares (1954); de la congregación de Hermanas Maestras de la Santa Cruz de Menzingen, en la Estancia “La Ciudadela”, Partido de General Viamonte (1954); y del Instituto de Hermanas Pobres Bonaerenses de “San José”, en Bragado (1955), entre otras (más adelante, en sucesivas notas, nos ocuparemos más en concreto acerca de la vida consagrada en la Diócesis de 9 de Julio).
En vísperas de producirse la erección de la Diócesis de 9 de Julio, en las ciudades que más tarde compondrían ésta, se hallaban fundados varios colegios, hogares o pensionados para niños dirigidos por religiosas y religiosos. Del mismo modo existían tres hogares para ancianos que recibían la asistencia de religiosas; como así también algunos hospitales.

Foto: Fachada de la Basílica de Luján, dibujada por el arquitecto Ulrico Cultors, hacia 1889. En ella fueron ordenados varios sacerdotes pertenecientes a la Diócesis de Mercedes, algunos de los cuales, formaron parte del clero diocesano de 9 de Julio.

Introducción

Introducción

La Diócesis de Santo Domingo en 9 de Julio, extendida a lo largo de 57.016 kilómetros cuadrados, se encuentra formada por los partidos bonaerenses de Bragado, Carlos Casares, Carlos Tejedor, Florentino Ameghino, General Pinto, General Viamonte, General Villegas, Hipólito Yrigoyen, Lincoln, Nueve de Julio, Pehuajó, Pellegrini, Rivadavia, Salliqueló, Trenque Lauquen, Tres Lomas y Veinticinco de Mayo. En consecuencia, como es factible suponer, su estudio debe ser analizado desde diferentes vertientes temáticas y aplicando la interdisciplinariedad en la aplicación del método histórico. Pero, debe tenerse en cuenta que la Historia de la Iglesia Particular de 9 de Julio, forma parte de área del conocimiento mucho más amplia que es la historia eclesiástica; y, en efecto, no puede limitarse solo al estudio fáctico, del hecho en sí -estructura fundamental de todo relato-; mas, descontando la inexpugnable contextualización temporal, debe tenerse particular cuenta que, en este orden, todo suceso está íntimamente ligado al proyecto salvífico de Dios: la Iglesia es Cuerpo místico de Cristo.
El papa León XII sugería que “la historia de la Iglesia es como un espejo donde resplandece la vida de la Iglesia…”.
“Mucho mejor aún –decía el pontífice- que la historia civil […], demuestra aquella la soberana libertad de Dios y su acción providencial sobre la marcha de los acontecimientos. Los que la estudian, no deben nunca perder de vista que ella encierra un conjunto de hechos dogmáticos que se imponen a la fe […]. Esta idea directiva y sobrenatural que preside los destinos de la Iglesia es, al mismo tiempo, la llama cuya luz ilumina la historia"(Cfr. Encíclica "Depuisle jous", dirigida al episcopado francés, 8-IX-1899).
Para el historiador Hubert Jedin, “la historia de la Iglesia sólo puede ser comprendida dentro de la historia sagrada; su sentido ultimo sólo puede integrarse en la fe. La historia de la Iglesia es la continuación de la presencia del Logos en el mundo (por la predicación de la fe) y la realización de la comunión con Cristo con Cristo por parte del pueblo de Dios del Nuevo Testamento (en el sacrificio y sacramento), realización en que cooperan a la vez misterio y carisma"(Cfr. "Introducción a la Historia de la Iglesia", en “ Manual de Historia de la Iglesia”, Barcelona, Herder, 1966, tomo I, pág. 32).

LAS FUENTES PARA EL ESTUDIO
Para el estudio de la Historia de la Diócesis de 9 de Julio existe un conjunto de fuentes escritas de significativo valor. Como sostiene Jesús Álvarez Gómez cmf , "como en cualquier otra rama de la Historia", el método utilizado por la historia eclesiástica, tiene la característica de ser Critico, desde el punto de tender a "examinar rigurosamente las fuentes, según las técnicas propias de la crítica interna y externa"(Cfr. “Manual de Historia de la Iglesia”, Madrid, Publicaciones Claretianas, 1987, pág. 4.).
Algunos recursos documentales pueden hallarse en diferentes repositorios, algunos de los cuales son:
1) Archivos Municipales o históricos: Correspondencia intercambiada por el clero con el Poder público. Decretos y ordenanzas promulgados en relación con el culto. Estadísticas generales. Expedientes sobre la construcción y mantenimiento de edificios; y sobre otros asuntos temporales.
2) Archivos parroquiales: Libros de Partidas de Bautismo, Matrimonios y Defunción (hasta 1889). Circulares y notas directivas enviadas por la Curia Eclesiástica. Libros de Fábrica. Libros de Autos de Visitas Episcopales (reservados para algunos años). Cartas pastorales de los obispos. Libros de actas y registros de las asociaciones piadosas parroquiales.
3) Archivos de las curias eclesiásticas de 9 de Julio, Mercedes, La Plata y Buenos Aires: Lamentablemente, el acervo archivístico que se hallaba en la arquidiócesis primada de Argentina sufrió una considerable e irreversible destrucción con ocasión de los disturbios de 1955.
Las congregaciones de Vida Religiosa, conservan también profusa documentación. Aunque, en casos particulares, la más antigua se halla en los archivos de comunidades donde residen las autoridades generales, provinciales, o sus respectivos consejos.
PLAN DE LA INVESTIGACION
La Historia de la Diócesis de 9 de Julio, cabe destacarlo, no se inicia en 1957, con la emisión de la Bula “Quandoquidem Adoranda” de Pío XII, por medio de la cual era erigida canónicamente, si bien este es el hito clave en su pretérito. La jurisdicción eclesiástica de estas Iglesia particular fue parte de las diócesis de Buenos Aires -elevada a arquidiócesis en 1865- hasta 1897 en que pasó a formar parte de la de La Plata -erigida canónicamente en 1897, por Bula “In Petri Cátedra”, de León XIII-; para luego, desde 1934 integrar la diócesis de Mercedes –creada por bula de Pío XI- hasta 1957. En consecuencia, no sería propio desestimar el rico pasado que se despliega desde la primera mitad del siglo XIX cuando eran fundados los pueblos de 25 de Mayo y Bragado y erigidas sus respectivas parroquias y vicarías.
Al respecto, en la “Historia” que ofrecemos se ha querido dividir el desarrollo narrativo en nueve ejes temáticos: a) Los orígenes previos a la fundación de la Diócesis: Buenos Aires, La Plata, Mercedes; b) La creación de la Diócesis de 9 de Julio (1957); c) La labor pastoral de monseñor Agustín Herrera (primer obispo de 9 de Julio); d) La labor pastoral de monseñor Antonio Quarraccino (segundo obispo de 9 de Julio); para luego retomar con: e) Misiones apostólicas en la Diócesis (siglos XIX y XX); f) Las parroquias y las instituciones de piedad (siglos XIX y XX); g) La Vida Consagrada en la Diócesis; h) La educación y el periodismo confesionales; y por último, i) Figuras destacadas en el clero, la vida religiosa y el laicado diocesano.
Este acercamiento a la Historia de la Diócesis de Santo Domingo de 9 de Julio que proponemos desde este espacio periodístico, tiene como alcance el período 1836 hasta 1968. El límite inferior obedece a la fundación del primer avance poblacional en la actual delimitación diocesana: El Cantón de Mulitas, establecido en noviembre de ese año en el actual partido de 25 de Mayo. Mientras que, el término superior (1968) ha sido seleccionado como tope para la indagación bibliográfica y documental.
Esta serie de crónicas que se publicaran en lo sucesivo son parte de una investigación iniciada a principios de 1997, en vísperas de conmemorarse el 40° aniversario de la creación de la Diócesis, como un proyecto del Archivo de Publicaciones Periodísticas “Esc. Ricardo Germán López”, del Diario EL 9 DE JULIO. Durante ese tiempo, quien llevó adelante la indagación documental, encontró la eficaz colaboración del entonces secretario-canciller de la curia eclesiástica de 9 de Julio, monseñor Alfredo I. Pironio, de feliz memoria, quien en muchas ocasiones prestó su tiempo a tomar apuntes de documentación relevante a los tópicos estudiados o para brindar asesoramiento al respecto.

BREVES CONSIDERACIONES ACERCA DEL ORDEN EPISCOPAL
Antes de adentrarnos en los aspectos atinentes a la creación de la Diócesis de 9 de Julio conviene referir, aunque brevemente, acerca del origen del Orden Episcopal; así como también, a su turno, sobre la organización de las diócesis en el pretérito de la Iglesia.
Siguiendo el mandato de Jesucristo –“vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos […] y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado” (Mt 28, 19-20)-, dos milenios atrás, milenios atrás, los Apóstoles fundaron las primeras comunidades, poniéndolas al frente de cristinos de reconocida moral (Cfr. 1 Tim 3, 1-7), a quienes llamaban “episkopos” y “presbyteros”. Al principio, según varios autores, parece que ambos términos eran empleados de manera indistinta; pero, progresivamente, cada uno adoptó su propia significación.
Los textos de Ignacio de Antioquia permiten advertir que, en Siria, por ejemplo, el “episkopo” (la palabra española “obispo”, deriva del latín “episcopus”, que tiene su origen en el griego “episkopo”, que significa “inspector, supervisor o vigilante”), se distinguía claramente del colegio de “presbyteros" (Cfr. L. Bouyer, “Diccionario de Teología”, Bacelona, Herder, 1973, pág. 478). Lo mismo se observa en los comentarios de Jerónimo y en algunos textos de Hipólito de Roma; donde aparecen incluso, en este último, rituales de consagración para el Orden del Episcopado.
León XIII, en su encíclica “Satis cognitum”, del 29 de julio de 1896, sostenía que “los Apóstoles consagraron a obispos y designaron normalmente a los que debían ser sucesores inmediatos… Pero no fue sólo esto: ordenaron a sus sucesores que escogieran hombres propios para esta función, y que le revistieran de la misma autoridad y les confiasen a su vez el cargo de enseñar”. La Segunda Carta a Timoteo (2, 1-2) nos acerca a esta idea.
Otras cartas del Nuevo Testamento identifican las cualidades que debían poseer los candidatos para la elección de obispos: Prudencia, justicia, moderación y liderazgo, pero con autoridad paternal. Otro aspecto importante debía ser la posesión de una “conciencia de presidir en virtud de una misión divina, con el cuidado, por tanto, de atenerse a la línea de la ‘tradición’” (B. Villegas, “Obispo”, artículo publicado en Alejandro Diez Macho et al (dir), “Enciclopedia de la Biblia”, Barcelona, Garriga, 1963, tomo V, pág. 579).
Con el correr de los siglos, la función del obispo fue adquiriendo la institución que, en mayor medida, poseerá hasta el Concilio Vaticano II y aún después. La concepción del Episcopado como una prolongación del Apostolado ha sido una de las ideas que, al respecto, se sostuvo a lo largo de los siglos. Ral como sugiera Werner Löser, el obispo es “el depositario y portador del ministerio supremo de la Iglesia, otorgado mediante consagración…”.
“En virtud –añade- de su pertenencia al colegio episcopal el obispo participa en la dirección de toda la Iglesia. Al mismo tiempo dirige la Iglesia local (obispado, diócesis) a la que es designado” (Wolfgang Beinert, “Diccionario de Teología Dogmática”, Barcelona, Herder, 1990, pág. 497).
El obispo posee una doble potestad: autoridad jurisdiccional particular y universal. En otras palabras, como lo había sostenido Bolgeni, en el siglo XVIII, “ser miembro del colegio episcopal da derecho a cada obispo a gobernar y administrar la Iglesia. Y este derecho de gobernar la Iglesia Universal [...], de cada obispo, [es distinto] de la jurisdicción sobre las diócesis y sobre sus fieles” (U. Domínguez del Vail, “Obispo y colegialidad episcopal, en el Concilio Vaticano I y en la tradición patriótica”, en “De doctrina Concilii Vaticani Primi”, Vaticano, Libreria Editrice, 1969, pág. 483).
El Orden sagrado confiere al obispo el oficio de santificar, enseñar y regir, que ejercita en comunión con el colegio episcopal y con el Pontífice Romano. Asismismo, “con la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del Orden” (Concilio Vaticano II, Constitución “Lumen Gentium”, cap. III, 21).
Como ha quedado claro, los obispos, nombrados por el Papa, son los sucesores legítimos de los apóstoles. Esta idea, que forma parte de la estructura dogmática de la Iglesia, se ha mantenido desde los orígenes mismos del cristianismo.
Hacia el siglo II, la figura del obispo aparecía instituía de una manera más clara para la generalidad de las comunidades, con supremacía sobre los presbíteros y los diáconos. De hecho, para entonces, existían ya varios casos de obispos monárquicos en las Iglesias particulares de Roma, Antioquia, Éfeso, Lyón, Alejandría, Esmirna y Atenas, entre otras; los cuales poseía derecho pleno para enseñar y consagrar.
Para algunos historiadores, el avance del gnosticismo entre las comunidades cristianas, desde el siglo anterior, había llevado a exaltar la autoridad de los obispos.
Según E. Jarry, profesor de Historia Medieval en el Instituto Católico de París, “contra los gnósticos todos los cristianos tenían el deber de unirse a su obispo y de obedecerle”. Para este autor, ante la expansión gnóstica, “la Iglesia Católica se sostenía gracias a sus obispos”.
De ese tiempo datan las notables predicaciones de Ireneo de Esmirna, obispo y filósofo, quien refutó los sistemas gnósticos y escribió la “Demostración de la predicación apostólica”, obra hallada recién en 1904.
Durante los siglos II y III los obispos fueron elegidos por las comunidades respectivas, con la anuencia de los obispos vecinos. Tanto en el Sínodo de Arles (del año 314), como en el Concilio de Nicea (del año 315, véase en este caso el canon 4), se pusieron el claro algunos principios fundamentales para la elección de los obispos. En esos figuraba, incluso, la disposición que indicaba que la consagración de éstos debía ser realizada por, al menos, otros dos o tres obispos.
Si bien parece haber estado claro, desde la antigüedad, el primado del Romano Pontífice sobre el resto de los obispos, éste fue tema de prolongados debates. Hay quienes tienen claro que el cisma de Oriente (del año 1054), los detonantes del cautiverio de Aviñón (1305) y las controversias galicanas fueron consecuencia, entre otros aspectos, del conflicto generado entre la autoridad del Papa y la jurisdicción de los obispos. El Concilio Vaticano I (1869-1870) habría buscado echar luz al respecto, pero su abrupta postergación sólo permitió ocuparse más ampliamente del primado de Roma (Véase Enrique Denzinger, “Enchiridion Symbolorum”, n° D-1821 y siguientes).
Respecto de la figura del obispo, el Concilio Plenario de América Latina –celebrado en Roma en 1899- la definía con una notoria claridad: “Así como el Romano Pontífice es el Maestro y Príncipe de la Iglesia universal, así los Obispos son rectores y jefes de aquellas Iglesias cuyo gobierno respectivo les ha sido encomendado”.
“Cada uno –prosigue el magisterio conciliar- en su propio territorio tiene el derecho de presidir, de corregir, y de decretar en general cuanto concierne a los intereses cristianos; pues son partícipes de la sagrada potestad que Cristo Nuestro Señor recibió del Padre y dejó a su Iglesia. Esta potestad ha sido conferida a los Obispos con gran provecho de aquellos sobre los cuales la ejercen; porque mira por su naturaleza a la edificación del Cuerpo de Cristo, y hace que cada Obispo, a guisa de eslabón, una a los cristianos que gobierna, entre sí mismos y con el Pontífice Máximo, como miembros con su cabeza, con la comunión de fe y caridad” (Cfr. Decretos del Concilio Plenario de América Latina, título II, capítulo I, n° 179).

LA ORGANIZACIÓN DIOCESANA
La organización de los territorios diocesanos, en al vida de la Iglesia, aparece en el siglo III. El punto de partida para ella, tal como lo explica el padre Bernardino Llorca, “fueron las poblaciones donde se establecieron las primeras iglesias”.
“Si estas ciudades .prosigue- eran bastante grandes, la comunidad cristina se dividía… El obispo era el jefe supremo de todas las iglesias titulares de una ciudad y de sus alrededores […], a lo cual se denominó ‘diócesis’”.
Si bien cada diócesis, en su organización y jerarquía, guardaba autonomía dentro de las Iglesia universal; aquellas se agruparon constituyendo “provincias eclesiásticas” (denominación que aún prevalece), que a su vez tenían su cabeza en una iglesia metropolitana, que muchas veces se hallaba ubicada en la ciudad capital de una región o en las urbes más importantes.
El canónigo Gustave Bardy, teólogo y doctor en Letras, refiere que, “frecuentemente, las diócesis se agrupan en jurisdicciones metropolitanas, bajo la dirección de un arzobispo cuyos privilegios son, sobre todo, de tipo honorífico”. A las diócesis, en su vínculo con la sede metropolitana, se las denomina “sufragáneas”.

FOTO: Monseñor Agustín Herrera, primer obispo de la Diócesis de 9 de Julio, durante una visita a la localidad de French (Partido de 9 de Julio, Provincia de Buenos Aires)

ADVERTENCIA PRELIMINAR

La obra aquí presentada es publicada en fragmentos, en la medida en que va siendo editada, en sucesivas notas periodísticas, en el Diario “El 9 de Julio”, de la ciudad de 9 de Julio (Provincia de Buenos Aires). Ahora ofrecemos aquí la Introducción y el Capítulo I, publicados hasta la fecha en prensa.

Nuestra Señora de Fátima, Patrona Principal de la Diócesis de 9 de Julio

 

Este ensayo de investigación histórica es dedicado, por el autor, a la memoria de monseñor Alfredo I. Pironio

Apuntes para una Historia de la Diócesis de 9 de Julio. (1957-1968).

Apuntes para una Historia de la Diócesis de 9 de Julio. (1957-1968).